El manzano silvestre (Malus pumila), descubierto por Edward Bach en mayo de 1935, cuando se hallaba en plena floración, es un árbol pequeño que da frutas de pepita, al igual que el membrillo, níspero, espino, serbal, peral y otros manzanos. Sus frutas pequeñas, amarillo doradas, ligeramente ácidas, son bastante insignificantes en comparación con las magníficas manzanas para postres. Pero de todas formas pertenece, junto con numerosos otros manzanos silvestres estrechamente emparentados y apenas diferenciables (Malus communis, Malus sylvestris), a los primitivos antepasados de las miles de variedades de manzanos cultivados que existen hoy en día. Los manzanos silvestres se hibridan fácilmente, algunos de ellos son manzanos que han vuelto la espalda al cultivo y crecen de nuevo silvestres.
Los restos carbonizados de manzano silvestre encontrados en las excavaciones de aldeas lacustres del neolítico muestran que el manzano silvestre viene siendo utilizado desde hace mucho tiempo en nuestro ciclo cultural. Probablemente los antiguos cazadores utilizaban los manzanos silvestres de forma similar a como lo hicieran milenios más tarde los celtas y los germanos. Estos preparaban mosto y vinagre de las pequeñas frutas, y obtenían una pulpa que debido a su elevado contenido en pectina tomaba fácilmente una consistencia gelatinosa.
Los antiguos persas, llamados por el espíritu de Zarathustra a ennoblecer la civilización caída y a limpiarla de influencias demoníacas, se encargaron de convertir el máximo número posible de plantas silvestres en plantas de cultivo. Gracias a ellos la humanidad conoce ahora el manzano de cultivo. A través de los persas lo conocieron los romanos que, a su vez, lo llevaron al norte de Europa. A pesar de las ventajas que ofrecía esta fabulosa manzana de mesa, los celtas y germanos conservaron su propio nombre de la fruta (germano, apful, celta, aval) sin adoptar la voz latina. Consideraban sagrado al manzano: era el símbolo de la inmortalidad, de la perfección y la pureza, y sus flores eran el signo del amor y la fertilidad. Junto con el roble, el abedul, el aliso, el sauce, el acebo y el avellano, el manzano era uno de los siete árboles más sagrados del bosque de los druidas.