Para comprender mejor el carácter de la vid, conviene compararla con el trigo. El vino y el trigo constituyen los pilares de la cultura mediterránea: en ellos se ponen de manifiesto la embriaguez dionisiaca y la sobriedad apolínea que forman parte esencial del carácter en estas culturas. El tallo del trigo se alza vertical y brillante hacia el cosmos, como un rayo de luz arrojado a la Tierra. La vid, en cambio, no es capaz de tenerse en pie: se arrastra por el suelo como una serpiente. Sus ramificados sarmientos, que son hojas transformadas, envuelven con una capacidad motriz casi animal los troncos y ramas de otras plantas y, a continuación, se enroscan a modo de sacacorchos volviéndose duros como un alambre. Una leyenda cuenta que la vid produjo sus dulces uvas en agradecimiento a los hombres que sintieron compasión por ella y la sujetaron con rodrigones.
Los racimos verticales florecen hacia mediados del verano (mayo a julio). Las yemas no se abren como flores normales sino que los pétalos permanecen pegados en los bordes superiores. Debajo de ellos van madurando los estambres, lo que provoca su caída del receptáculo. El ovario verde superior y los cinco estambres de color amarillo se ofrecen desnudos a los insectos atrayéndolos con un agradable aroma dulzón. El peso va inclinando los racimos maduros hacia el suelo.
La vid es una planta de cultivo antiquísima, ya se plantaba hace 5000 años en el Cáucaso. Según la leyenda, Noé fue el primero en plantarla, después de abandonar su arca y poner el pie sobre tierra firme. En el primer libro de Moisés (9,20-21) se dice: «Noé, que era labrador, plantó la primera viña, bebió del vino, se emborrachó y se desnudó dentro de la tienda». Esta embriagadora bebida lo hizo olvidar la cultura «atlántica» prediluviana, con todas sus características mágicas y etéreo-sobrenaturales, de la que había huido, y le ayudó a enfrentarse a la nueva realidad terrenal. Era el espíritu de la Tierra material, el demonio del suelo, que lo embriagaba.
En la piel de la uva madura crecen levaduras que sólo esperan a que esta se convierta en zumo para fermentarlo, es decir, para digerir la glucosa y producir alcohol, que es el producto de la degradación. El alcohol penetra rápidamente en la sangre e inunda el cerebro y sistema nervioso del bebedor. Dado que es un veneno proteico y nervioso, adormece los sentidos disminuyendo la sensibilidad de la persona ante las dificultades de la vida cotidiana. Con la sangre de este gigante de la tierra, Noé puede enfrentarse mejor a la dureza de la existencia posatlántica. Puede ser más duro, e incluso brutal, consigo mismo y con sus semejantes, puede domesticar los animales y subyugar a sus congéneres: para ello, no obstante, debe sacrificar su sensibilidad «etérea».
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