Una vez encontrados sus «cuatro ayudantes» (Gorse, Oak, Heather y Rock Water), Edward Bach se dio cuenta de que aún necesitaba otros más. Había, por ejemplo, personas desesperadas que presentaban un agotamiento total de la mente, del alma y del cuerpo, y a las que no se podía mejorar con los remedios ya descubiertos. Es posible que le viniera a la mente la Pasión de Cristo, la escena en que Jesús, sudando sangre y abandonado por sus apóstoles, se debate con su amargo destino en el jardín de Getsemaní. Los olivos fueron los únicos testigos de este primer paso que lo llevó a la muerte pero que también lo llevó a la resurrección. Quizá Bach se inspirara en la paloma de Noé que anunció el final del diluvio con una rama de olivo. Sea como fuere, pidió a sus amigos de Italia que le prepararan flores del olivo (Olea europaea) utilizando el método solar. A pesar de que no se trataba de una planta inglesa autóctona, el resultado le produjo mucha satisfacción.
El árbol, de cuyo nombre se deriva la palabra óleo (aceite) es tan propio de la cultura mediterránea como el vino o el queso de cabra. Algunos historiadores incluso piensan que influyó muchísimo para que los cazadores nómadas de la Prehistoria adoptaran la vida sedentaria. Junto con el pan negro y las cebollas, sus frutos y su aceite constituyen una parte esencial de la alimentación del antiguo mundo egeo. Los helenos veneraban a este árbol, obsequio de la divina Atenea, la doncella diosa de la guerra que, surgida de la frente del dios Zeus, encarna la valentía. Los griegos honraban a los héroes del campo de batalla y a los vencedores de los juegos olímpicos con una corona de hojas de olivo. Dado que la victoria que otorga Atenea anuncia al mismo tiempo la paz, la rama de olivo se convertiría en la rama de la paz. En el lenguaje de las flores, la rama del olivo ha conservado este significado hasta nuestros días, y así figura, por ejemplo, en el emblema de las Naciones Unidas. Ulises, «el hombre que recorrió tanto mundo, que cometió tantos errores... y soportó tantos sufrimientos», construyó su tálamo nupcial sobre las raíces de un olivo «cuya sombra era vasta».
Allí, en el centro simbólico del mundo que reúne todos los antagonismos, el «magnífico sufridor» encuentra la anhelada paz en los brazos de su fiel esposa Penélope. Bajo el signo del olivo se alcanza el objetivo y se supera el sufrimiento.
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