Lo que destaca en la duodécima planta medicinal de Bach, el heliantemo (Helianthemum nummularium), son sus bonitas flores amarillas. Aquellos que abran su alma a su brillante irradiación olvidarán sin querer todos sus temores y desesperación. Las coronas de flores planas, de color amarillo vivo se parecen al halo de luz que rodea las cabezas de los héroes y santos.
En la botánica de hierbas planetaria, la planta se halla totalmente bajo el signo del Sol. El nombre genérico Helianthemum no significa otra cosa que «flor del sol» o «flor del dios del sol Helios» (del griego, helios = sol, anthos = flor). En astrología, el Sol simboliza la valentía, la sinceridad y el orden creativo. Este astro constituye el centro del sistema planetario, el bondadoso corazón de la creación, la revelación del espíritu divino en el mundo exterior de los fenómenos. Su luz nos recuerda la luz espiritual interior de la que estamos hechos y a la que, como nos lo cuentan las personas que han regresado del umbral de la muerte, retornaremos después de nuestra existencia terrenal. El heliantemo puede volver a recordarnos esta luz en que se envuelve nuestro Yo Superior en las situaciones de urgencia extrema, al menos esto fue lo que sintió Bach cuando preparaba las flores en el agua de arroyo cristalina bajo el sol.
Llevaba mucho tiempo buscando este último integrante de sus doce sanadores. Sabía que la duodécima planta sería muy importante. Después de encontrar Gentian, en el otoño de 1931, permaneció en Cromer durante el invierno, allí trató con éxito a muchos de los pacientes aplicando los remedios ya descubiertos. Sus amigos lo instaron a volver a abrir su consultorio en Londres, pero él se hallaba en un estado tan sensibilizado que casi no podía soportar la densidad, contaminación y aglomeración de la gran ciudad. Únicamente bajo el cielo libre, bajo los árboles gigantes de Regent's Park hallaba paz y podía seguir escribiendo su libro Cúrese usted mismo. En aquella época fue llamado un día por una paciente que acababa de sufrir un vómito de sangre y se hallaba fuera de sí de pánico. Al posar su mano sobre el hombro de la mujer, ésta se tranquilizó inmediatamente y la hemorragia cedió. ¡Cómo le gustaría encontrar una esencia floral capaz de producir un efecto similar a la imposición de las manos!, un remedio capaz de liberar a la persona del terror para que pudiera volver a encontrarse a sí misma y tener valor. Buscó un remedio floral que sugiriera el oro del amor divino oculto bajo las sombras a lapersonalidad angustiada. Lo encontró por fin, a comienzos de la primavera, en una pradera calcárea y árida del condado de Kent, donde el año anterior también había descubierto la genciana.
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