El castaño de Indias (Aesculus hippocastanum) es un árbol grande de copa frondosa. Sus hojas pinnadas, de pecíolo largo y con forma de mano y sus exuberantes flores son inconfundibles. Dado que la corteza de este árbol macizo es bastante áspera no es fácil trepar por él. A pesar de ello los niños lo aprecian mucho ya que les proporciona sus frutos de color caoba a partir de los cuales pueden fabricar pipas, cadenas y figuras. Las castañas caben bien en una mano y pueden ser arrojadas por el aire, más de un pilluelo se ha llenado los bolsillos con ellas. Los adultos también han encontrado aplicaciones para ellas, se empleaban para la elaboración de la cerveza, en sustitución del lúpulo, se tostaban para mezclarlas con el café y se hervían para obtener cola de encuadernación. Las semillas pardas y brillantes están rodeadas por una cáscara verde, espinosa. Existe un acertijo que dice: «¡Del erizo salió, un, dos, tres, el huevo liso color café!».
Al igual que el castaño común, el castaño de Indias procede del oeste de Asia, es árbol autóctono desde Turquía hasta el Himalaya. Sin embargo, pertenece a una familia completamente distinta, a las hipocastanáceas.'7 Fue plantado por primera vez en la Europa Central, en Viena, en el año 1576. Su corteza amarga atrajo la atención de los médicos franceses, éstos pensaban que podrían sustituir con ella la cara quina importada de China, que se emplea para el tratamiento de la malaria. No se equivocaron del todo, ya que la corteza realmente contiene una sustancia antifebril.'8 Sin embargo, el árbol sólo se hizo popular cuando Luís XIV se interesó por él. Lo hizo plantar en los jardines de los palacios y en las avenidas de los parques para que proporcionara sombra. De esa manera la alta sociedad podría entonces deambular o pasearse en sus carruajes los días calurosos sin tener que empapar de sudor sus vestidos de seda ni exponer su delicada piel blanca a los crueles rayos del sol. La nobleza siguió el ejemplo del rey Sol, y la burguesía, a su vez, imitó a esta última. Pronto surgieron en toda Europa, avenidas de castaños, y en Alemania restaurantes con jardines donde la cerveza se mantenía fresca bajo la sombra de estos árboles.
La denominación de especie, hippocastanum, significa «castaña caballar» (griego, hippos = caballo). El nombre es acertado ya que la botánica antigua, estudiosa de las imaginaciones figurativas, descubriría rápidamente el signo de este noble animal en el árbol y quizá hablaría de un «caballo vegetal». Las cicatrices foliares que aparecen en las ramas jóvenes por la caída de las hojas en otoño tienen la forma de una herradura. Si se observan atentamente, se podrán incluso reconocer los «clavos». ¿Y acaso no se asemejan las puntas invernales de las ramas, con sus yemas gruesas y oscuras, a la pata de un caballo?
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