El castaño rojo (Aesculus carnea) es más delicado y pequeño que el castaño de Indias. Debe su nombre científico de especie, carnea (de color carne), a sus flores de color rosa rojizo que se hallan sobre grandes inflorescencias piramidales. A diferencia del castaño de Indias, sus botones no son pegajosos. Su follaje es aún más tupido y su sombra es aún más oscura que la del castaño de Indias.
En cuanto a sus propiedades medicinales, el castaño rojo puede utilizarse de modo semejante al castaño de Indias. Esto no ha de extrañarnos ya que ambos árboles están emparentados. El castaño rojo surgió del cruce entre el red buckeye [ojo de gamo] (Aesculus pavia) norteamericano de flores rojas y el castaño de Indias eurásico. Sí es inusual que este híbrido exista desde comienzos del siglo XIX. Este árbol suele plantarse en los paseos ya que, gracias a su «naturaleza equina», tolera bien el aire contaminado de las ciudades y, al mismo tiempo, gracias a sus magníficas flores, en mayo y junio proporciona un aspecto más amable a las grises calles de las poblaciones.
El nombre genérico latino Aesculus era originalmente la denominación romana de la encina, pero más tarde fue aplicado al género de los castaños. Aesculus, según la opinión de algunos lingüistas, deriva de la palabra latina esca (comida).: Curiosamente, esto nos lleva otra vez a los caballos. En sánscrito, que es una lengua indoeuropea emparentada con el latín, existe una serie de asociaciones etimológicas: ashana = hambre, ash = alcanzar, mover, comer, asha = esperanza, ashu = rápido, ashua = caballo.
El castaño de Indias que crece en el Himalaya no solo sirve de alimento para los caballos, en épocas de hambre se comía la castaña triturada y mezclada con harina, después de haberle eliminado el sabor amargo. Los indios del otro lado del globo terráqueo también empleaban el castaño para preparar alimentos. En California, las semillas del castaño rojo o castañas eran, junto con las bellotas, uno de los alimentos primordiales. Para que fuesen comestibles debían someterse a un laborioso procedimiento. Se colocaban dentro de un hoyo revestido por piedras ardientes, se cubrían con ceniza caliente y hojas de mimbre y se dejaban cocer durante unas diez horas. Entonces se les quitaba la cáscara, se cortaban o trituraban y se colocaban en recipientes de malla fina sobre los que durante varios días se iba vertiendo agua fresca. Así se filtraban las sustancias amargas. Cuando finalmente las castañas adquirían un sabor dulzón, eran comestibles. Esta masa podía comerse inmediatamente o utilizarse más tarde como «harina» para el «pan» o sopas.