El pino silvestre o albar (Pinus sylvestris) fue la tercera planta medicinal de la serie que desarrolló Edward Bach en 1935. Esta conífera ávida de luz, de copa desplegada, es un árbol de fuego. Antes de la invención de las bombillas y de las velas de parafina, se empleaba la madera resinosa del pino para fabricar teas o antorchas que proporcionaban una luz muy brillante. Culpeper también reconoció el signo del impetuoso Marte en este árbol, ya que la corteza de las ramas y de la parte superior del tronco poseen un tono rojo herrumbroso, y la madera contiene gran abundancia de resinas y aceites etéreos, a partir de los cuales se elaboran aceites fácilmente inflamables (Oleum pini sylvestris) y trementina. El aceite de trementina alivia los resfriados y las inflamaciones de las vías respiratorias si se ingiere o se aspira en agua caliente, los «brotes de mayo» del pino se emplean contra el reuma. Los principios activos contenidos en este árbol crean al calor interno en el cuerpo que éste se vuelve resistente a los resfriados y enfermedades saturninas.
En el campo, este árbol también resiste el frío glacial de las regiones más septentrionales y crece sobre todo en los bosques del norte de Europa y Siberia. Más al sur, el pino ya sólo se presenta de manera aislada en zonas montañosas. Después de la época glacial de hace aproximadamente diez mil años, los bosques de pinos alcanzaron su mayor extensión. Durante el periodo de aumento de la temperatura mundial fue desplazado hacia las regiones del norte y este.
Al igual que otras coníferas, los abetos, por ejemplo, el pino no es solamente un árbol de Marte sino también de Saturno. La parte inferior del tronco, con su corteza gruesa color gris pardo, lleva el sello del planeta viejo y frío, como si el fuego marcial se hubiese apagado dejando únicamente las cenizas. Los áridos suelos arenosos donde crece este árbol también son de signo saturnino. Las arenas cuarcíferas conducen las radiaciones de este lejano planeta hasta las plantas y hacen surgir delgadas agujas resistentes al frío, resinas viscosas y abundante polen y semillas. Para poder crecer en estos suelos secos, pobres en elementos nutritivos, el pino necesita la colaboración de las fuerzas lunares. Éstas se manifiestan con la presencia de hongos que viven en simbiosis en sus raíces (mykorrhiza). Los hongos envuelven las finas raicillas y le ayudan al árbol a absorber las sustancias minerales necesarias y la escasa humedad que se conserva en la cama de hojas secas después de un breve aguacero o del rocío matinal.