La animación de las caprifoliáceas queda expresada en las imaginativas ilustraciones que realizaron de estas plantas nuestros antepasados, sobre todo del saúco. Este estaba dedicado a la antigua diosa Madre, señora de la noche, de la muerte y del renacimiento. La diosa Madre es la reina del «más allá», del infierno, donde las almas esperan su nueva encarnación. Los germanos utilizaban varillas de saúco en los entierros. Hasta finales de la Edad Media, los fabricantes de ataúdes tomaban las medidas del muerto con varillas de saúco, y los cocheros que lo transportaban las utilizaban como látigo. Al mismo tiempo, las caprifoliáceas desempeñaban un importante papel en la erótica popular y la magia del amor. En Turingia se colocaban ramas de saúco en las ventanas de las chicas de vida licenciosa.
En capas arcaicas de la mitología europea, la gran diosa de la Naturaleza aparece a menudo en forma de cabra blanca dispuesta al apareamiento o montando un macho cabrío. La diosa galesa de las flores, Blodeuwedd, es acompañada por un macho cabrío con ayuda del cual provoca la «muerte» de su marido estival Llew Llaw Gyffes. Le «pone los cuernos» desapareciendo con su oscuro amante mientras Llew se consume de pena. Todo un complejo conjunto de símbolos rodea a las caprifoliáceas, y por tanto a la fragante madreselva: el macho cabrío, soberano de las mágicas noches de luna llena de mayo, del placer y de la fecundidad, de la búsqueda del amor y de los orígenes, de la seguridad en el seno materno, del infierno, de la muerte y del renacimiento, de románticas noches de luna llena. El lenguaje de las flores le otorga a la madreselva un significado similar. La flor es símbolo del amor intenso, profundo:
Así como se entrelaza la madreselva anudándose en infinitas vueltas, así se entrelazan los corazones, inundados de un verdadero amor.
«Esta planta se pega a los árboles como la mujer al hombre que ama y que la protegerá en su debilidad», dice un proverbio francés del siglo XIX En Inglaterra, regalar una rama florida de madreselva significaba la promesa del amor eterno: «I plight thee my throth» [Te juro fidelidad].