La madreselva verdadera, o fragante (Lonicera caprifolium), es una vigorosa trepadora que pertenece al género Lonicera. Está estrechamente emparentada con la especie Lonicera periclymenum, pero procede de regiones más septentrionales. Las flores tienen un tinte rojo más acentuado y las hojas superiores están adheridas entre sí antes de que aparezcan las inflorescencias. Antaño se cultivaba como planta de adorno, junto con las rosas trepadoras y las clemátides. Se plantaban junto a los cenadores o glorietas bajo los cuales se citaban los amantes. En la actualidad, la madreselva se puede encontrar en estado silvestre en los lindes de los bosques y setos silvestres donde sus delicados tallos, que crecen en el sentido de las agujas del reloj, se van enroscando en las ramas de arbustos y arbolitos.
Esta planta es muy romántica, pertenece al ámbito de las cálidas noches estivales y a los poetas y parejas de enamorados que pasean bajo la suave luz de la luna. Por la noche, sus largas flores tubiformes abren su borde bilabiado desprendiendo un dulce aroma que parece emanado de un cuento de Las mil y una noches, y que en su intensidad sólo es comparable al perfume del jazmín. Florece sin cesar entre junio y septiembre. Las flores se arraciman formando un verticilo similar a una delicada corona, digna de una princesa de las sílfides. Los claros pétalos son rojizos por fuera y de color marfil por dentro. Su brillo a la luz de la luna y su embriagadora fragancia atraen a las falenas, ya que sólo éstas poseen una probóscide lo suficientemente larga para succionar el abundante néctar.
Las flores tienen un aspecto vivaz, casi animal. Su poco habitual fisonomía ya revela que entrañan algo anímico, son fuertemente «astrales», como diría Rudolf Steiner. Por la noche las flores se yerguen verticalmente para salir al encuentro de sus visitantes alados. Cuando la flor virgen se abre por primera vez, extiende cinco estambres que surgen del infundíbulo. En las siguientes noches aparecerá el estigma que recibirá el polen mientras los estambres se irán cayendo. Así queda garantizada la polinización cruzada.
Junto con el saúco, la lantana y la bola de nieve, la especie de las madreselvas pertenece a las caprifoliáceas. La familia recibe este nombre porque la cabra es el único animal de pasto que no le hace ascos al sabor «crudo» ni a la ligera toxicidad de sus hojas. Las caprifoliáceas son, por lo general, arbustos de médula blanda, seca. Han sacrificado gran parte de su fuerza vital etérea a su intenso «ánimo». No logran convertirse en gigantes arbóreos longevos, de tronco grueso. El ovario ínfero, que se va convirtiendo en bayas más o menos venenosas de color rojo intenso o negro profundo, es un indicio de la astralidad de esta planta.