Completando los Siete Ayudantes
Después de encontrar los doce remedios florales que buscaba para armonizar los doce tipos básicos de personalidad, Edward Bach se dio cuenta de que existen casos pertinaces en los que los doce sanadores no logran la curación. Existen personas que se acostumbran a sus dolencias, que adaptan su vida conforme a éstas y las consideran algo inevitable. Otras, incluso piensan que su estado de ánimo pesimista o resignado es simplemente la expresión de su carácter innato.
Bach comprendió que estos pacientes necesitaban remedios más fuertes. Estos debían proceder de plantas que se hallan en gran número dominando paisajes enteros o que tienen un desarrollo y riqueza de colorido tan espléndidos que son capaces de despertar y motivar a las almas humanas más insensibles. Como es característico de todos los grandes médicos, Bach pensaba que no existen los casos sin esperanza. Este médico había experimentado en su propio cuerpo «milagros» que habían dejado atónitos a los defensores de la medicina ortodoxa. Bach no creía que el hombre esté condenado a llevar una vida llena de aflicciones y de resignación sino que cada uno tiene una importante misión que cumplir en este mundo y que, cuando ésta se emprende con la ayuda del Yo Superior, hará brotar el auténtico placer de la vida.
Por este motivo siguió buscando otras plantas medicinales. Su idea era que tendrían que ser cuatro en total ya que, según él, este número corresponde a los cuatro puntos cardinales del zodiaco, que unen la altura con la profundidad y la derecha con la izquierda, formando una cruz estable y dividiendo en cuatro partes la rueda anual con los solsticios y los equinoccios. Estos puntos cardinales tienen su correspondencia en el microcosmos humano así como también en la personalidad del hombre.
En 1933, hallándose el Sol en el punto vernal, Bach encontró el primer remedio floral de esta serie, la aulaga (Gorse). En el antiguo calendario celta de los árboles, este arbusto de flores amarillas simboliza al victorioso Sol que cruza el punto vernal. Más tarde en mayo, cuando el Sol se hallaba en la posición de Géminis, descubrió su siguiente remedio en las diminutas florcillas femeninas del roble albar (Oak).
El roble, prototipo del árbol druida, era antaño el centro de las fiestas estivales. Con su madera se alimentaban las hogueras de la fiesta del solsticio, el «rey de los robles» era sacrificado en este día cardinal.'43 En otoño, durante un breve viaje a su país natal, Edward Bach encontró el siguiente remedio floral de la serie, el brezo común (Heather). Lo descubrió a poca distancia del lugar donde había encontrado sus primeras plantas medicinales, la impaciencia y el mímulo. El brezo común, que con su magnífico manto cubre paisajes enteros anunciando con sus flores la inminencia del equinoccio de otoño, cumplía por completo la exigencia de Bach según la cual las plantas de su nueva serie debían tener una radiación más intensa.
En el antiguo acertijo galés en verso La batalla de los árboles y arbustos, probablemente escrito en forma de mensaje en clave por una escuela galesa de druidas, se citan las tres plantas:
La aulaga era una salvaje
hasta que fue domada.
El brezo ofrecía consuelo
y reconciliación con los demás.
El cerezo emprendió
la persecución.
El roble caminaba deprisa,
haciendo estremecer Cielo y Tierra.
Junto con el brezo común, Bach encontró en Gales el cuarto remedio floral: el agua cristalina de una recóndita y olvidada fuente conocida antaño por sus virtudes curativas, la llamó Rock Water. El agua mineral corresponde al punto cardinal del solsticio de invierno, la época en que desaparecen las flores y hojas, y la naturaleza terrenal-cristalina reina con todo su rigor.