En aquellos días de otoño cuando encontró la centaura, Edward Bach paseaba por un pueblo vecino de la costa y en un jardín divisó una planta muy rara en Inglaterra. La plantita tenía un tallo angular rojizo y hojas alternas, sésiles y pilosas con una punta alargada. En los extremos de los brotes resplandecían racimos de flores tubulares azules, con cinco pétalos, de las cuales asomaban pequeños filamentos blancos. La belleza de esta planta impresionó tanto a Edward Bach que pidió permiso para recoger algunas de las flores.
La flor que tanto le atrajo se llama en inglés leadwort (hierba del plomo) o cerato (Ceratostigma willmottiana). Es originaria del lejano Tíbet, el misterioso país de los monjes que viven en los monasterios silenciosos y aislados de las montañas a la escucha de las profundidades del cosmos y de su propia alma. Allí crece, en forma de arbusto que puede alcanzar los 1,20 metros de altura, en la rocalla, en las laderas secas y soleadas reflejando con sus flores el cielo azul y ligeramente violeta del Himalaya. La planta llegó a Inglaterra en el año 1908 a consecuencia de una expedición a Asia. Recibió su nombre en honor a Ellen Willmott, una conocida y acomodada aficionada a la jardinería.
El mismo día en que Bach «potenció» la flor de la centaura mediante el método solar, también preparó la ceratostigma. El resultado fue satisfactorio, había encontrado un remedio para aquellas personas que no se fían de su propia intuición, aquellas «que dudan de su capacidad para tomar decisiones y juicios. Estas personas viven pidiendo consejo a los demás y los consejos que reciben suelen ser malos». Con esta planta Bach hizo una excepción al principio de emplear solamente hierbas silvestres autóctonas. «Tal vez algún día se encuentre un sustituto autóctono», anotó en su obra The Twelve Healers. Sin embargo no se pudo encontrar ninguno, ya que esta planta cumplía su función como ninguna otra.