El siguiente árbol que descubrió el médico galés en la primavera de 1935 fue el álamo temblón (Populus tremula). El álamo es también, como el sauce, una planta salicácea y, al igual que los otros miembros de esta familia, este esbelto árbol es dioico. Sus amentos masculinos colgantes, pardo rojizos y de brillo sedoso, y los amentos femeninos verdosos se desarrollan en árboles distintos. Las flores, carentes de aroma y néctar, aparecen entre marzo y abril, antes de que salgan las hojas. El viento se encarga de la polinización.
Este árbol amante de la luz, de corteza lisa, gris clara, es una auténtica planta pionera. Junto con el abedul, el álamo fue el primer árbol que colonizó los suelos pedregosos del norte siguiendo las huellas de los glaciares derretidos. En la actualidad sigue creciendo en latitudes próximas al círculo polar y en montañas de hasta 2000 m de altura. Como típico árbol pionero, el álamo está lleno de vitalidad. Crece y se reproduce con rapidez. De sus raíces superficiales brotan constantemente nuevas raicillas. En las laderas áridas, azotadas por el viento y la lluvia, esparce tal cantidad de semillas que pronto aparecen arboledas enteras de retoños.
Pero es sobre todo el tremolante follaje del árbol lo que atrae la atención. Sus hojas redondas presentan pecíolos largos y lisos que tiemblan al menor soplo de brisa. Muchas veces la brisa es apenas perceptible y, no obstante, parece vibrar todo el árbol. Cuando en otoño el follaje se tiñe de color amarillo claro, el observador queda fascinado por esta visión, es como si estuviese contemplando una resplandeciente sílfide. Pero no es necesario ver el álamo para notar su presencia: las temblorosas hojas hablan por sí solas. Como árbol que reacciona frente a vientos invisibles, el álamo era considerado en muchos lugares un árbol mágico, en cuyos susurros los magos y chamanes reconocían las voces de los espíritus.
A pesar de su aspecto poco tupido, la imaginación popular asociaba al álamo temblón con lo sobrenatural. También se lo relacionaba con un temor vago. En el lenguaje de las flores, llevar hojas de álamo significa «tener miedo en los inicios de un amor o noviazgo». Y cuando uno recibe hojas de álamo deberá guardarse de las malas lenguas.
Para los griegos el álamo era el árbol del mundo subterráneo, símbolo de las plañideras. La leyenda habla de las Helíadas, hijas del Sol, que se estremecían de pena y lloraban incesantemente por la muerte de su hermano Faetón. Le habían enganchado el carro del Sol a su imprudente hermano sin el permiso paterno. Pero Faetón fue incapaz de dominar a los fogosos corceles, por lo cual su vuelo de altura fracasó. Casi incendió la Tierra y murió en el accidente. Sus afligidas hermanas se convirtieron en álamos temblones y sus lágrimas en ámbar. Otra leyenda griega cuenta que Hércules envolvió su acalorada cabeza en hojas de álamo después de haber derrotado al malvado gigante Caco.